12.10.1999

Actividad agraria y regadío en Extremadura (1999)


Informe realizado mediante un convenio con la agrupación de cooperativas del campo ACOREX. Está recuperado a partir de un fichero de WordPerfect, que ya no es operativo, importado a través de Libreoffice, por lo que los gráficos se han perdido. Si alguien los necesita con el tiempo se pueden escanear de la copia impresa.


"   Atendiendo al paradójico repunte en la ocupación agraria en los últimos dos años, debemos hacer referencia a las previsiones que, en los últimos años, se han hecho respecto a las necesidades objetivas de fuerza de trabajo en la agricultura. 
A pesar del descenso evidente de la población activa agraria, sin embargo los restos del baby-boom de los años '50 extienden todavía sus efectos en las zonas rurales, donde en ciertas áreas la llegada de nuevas generaciones amplias todavía es un factor de presión (por el lado de la oferta) en el mercado de trabajo, al contrario de lo que ocurre en otros países de Europa.Sin embargo, todos los análisis realizados sobre esta cuestión han coinci­dido en todo momento en señalar que, en términos globales, el sector agrario no podía ofrecer más puestos de trabajo. "Las mayores posibili­dades de fijación de empleo están relacionadas en muchas regiones con la creación de cooperativas y empresas dedicadas a la comercia­lización y primera transformación de los alimentos"1; es decir, se ha seguido esperando el trasvase intersec­torial, aunque ya no tanto el territorial. Comienza a ser ya tradicional hablar de la conservación de la naturaleza, protección del medio ambiente y agroturismo, como fuentes alternativas de empleo para los excedentes laborales del campo. 
Lo cierto es que en los últimos veinte años hemos asistido a la mecanización de buena parte de los cultivos intensivos de la agricultura española, al menos en sus fases de recolección. Productos míticos calificados de cultivos sociales, como era el caso de la remola­cha, se han transformado en intensamente mecanizados y es escasa la mano de obra que precisan en la actualidad. La mecaniza­ción ha sido también completa en la recolección de la patata, el algodón, e incluso algunas hortalizas2. Parcialmente también se ha mecanizado la recogida de la aceituna. Las nuevas técnicas de cultivo de los frutales han reducido asimismo de forma notable las necesidades de mano de obra, y además los sistemas de riego se han automati­zado en algunas zonas3. 
En conjunto, los analistas vienen haciendo previsiones desde mediados de los años '80 en el sentido de estructurarse unos espacios (normalmente se proponía La Rioja, Navarra y Cataluña) en los que se profundizaría el déficit de mano de obra agraria, complementados por otros espacios que les suministrarían, mediante migraciones tempora­les de sus exceden­tes, la fuerza de trabajo necesaria 4. La realidad ha mostrado un poco esquemáticas tales previsiones, pues han surgido espacios (no previstos por los análisis macro) con déficits no previstos inicial­mente (como es el caso de Aragón, especial­mente en la Ribera del Ebro, e incluso de algunas zonas agronómicamente importan­tes de Extre­madura). 
Lamentablemente, hasta dentro de varios años no dispondremos de datos del Censo Agrario que se está realizando en 1999, y las Encuestas de Estructuras no permiten un cálculo definitivo de estas variables. Sin embargo, los análisis que han contrastado los datos del último Censo de 1989, respecto de los anteriores, muestran que algunas de las tendencias decrecientes se han ralentizado, e incluso se han contradi­cho muchas de las opiniones más estereoti­pa­das5, aunque sigue siendo evidente que el conjunto de la agricultura española ofrecía menos trabajo en 1989 que en 1982, año del Censo anterior6. 
En menos de una década (en siete años de periodo intercensal), y atendiendo en este punto a los datos del Censo Agrario, se asistió a la destrucción del equivalente a 250.000 empleos7 en la agricul­tura española. En términos absolutos el descenso más impor­tante se habría dado entre los titulares (más de 110.000 UTAs) y la ayuda familiar (90.000 UTAs), pero el descenso porcentual es mucho más importante en el empleo asalariado fijo (más de 30.000 UTAs, lo que significa un 25,6 % de descen­so). Aunque el número real de trabaja­do­res agrarios por cuenta ajena (afiliados al REASS) ha aumentado de hecho en los años ‘80 (por el influjo del PER), podemos afirmar que estamos asistiendo a un proceso palpable de mayor precariza­ción del empleo agrario, pues ese aumento en el número de trabajadores por cuenta ajena se refiere a trabaja­do­res eventua­les8. 
Diversos autores, por otro lado, han coincidido en los últimos años en las perspec­tivas generales señaladas, de la tendencia a una mayor pérdida de empleos agrarios en los próximos años. Así, Velarde Fuertes afirmaba que "incluso ahora es posible esperar, a pesar de la rapidísima caída de nuestra población agraria -la mayor, histórica­mente, de Europa-, que ésta se profundice más aún, con lo que las alteraciones en la función de producción en el campo español, que ya se han producido con mucha hondura, se incrementarán más todavía"9. En general, se insiste en la solicitud secular de disminuir la población activa agraria. Lamo,­ Sumpsi y Tío repiten la ya secular advertencia: "apunta un gran problema del futuro en la economía española: la necesidad de disminuir la pobla­ción activa agraria"10.Sin embargo, los datos que hemos apuntado, de incremento reciente en la ocupación, muestra que han sido más acertados los análisis que dudaban de la verosimilitud de ese vaciado absoluto, atendiendo sobre todo al marco comunitario en el que desde hace una década nos venimos moviendo. No hay seguridad en torno a los excedentes de mano de obra, por cuanto a medio plazo la reducción en la natalidad, ya operada años atrás, va a ser un elemento coadyu­vante a tener en cuenta; y además existe una cierta convicción en la existencia de oportuni­dades de empleo fuera de la agricultura, por cuanto la activi­dad estrictamente agrícola precisará menos fuerza de trabajo, especial­mente en las áreas con tasas elevadas de población activa agraria, como es la extremeña.  
En suma, parece que el descenso en la ocupación agraria ha tocado fondo en España. Incluso aún cuando pueda considerarse una cierta reducción, en algunas zonas, del empleo agrario, no es previsible que se reduzca el conjunto del empleo rural."



REFERENCIA:
Baigorri, A., dir. (1999), Actividad agraria y regadío en Extremadura, Informe de investigación, Universidad de Extremadura/ACOREX, Badajoz
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12.02.1999

De la naturaleza social de la Naturaleza (1997-1999)

Unificando los textos de algunos debates periodísticos en años anteriores, este texto fue primero una comunicación en el I Encuentro de Sociología del Medio Ambiente de la Federación Española de Sociología, organizado por la entonces profesora de la Universidad Pública de Navarra, Mercedes Pardo, y celebrado en Pamplona en Noviembre de 1997. Después algunas de las comunicaciones presentadas, entre ellas esta (aunque no era la que yo hubiese preferido dar a la luz), se recogieron en el libro Sociología y Medio Ambiente. Estado de la cuestión, publicado por la Fundación de los Ríos en 1999.

      


"Más allá de los determinantes ecológicos de las estructuras y los hechos sociales, la Ecología se constituye en una ideología con rostros muy diversos, tal y como históricamente ha ocurrido con otros constructos ideológicos. Una de sus derivaciones la constituye la ecotecnocracia, que sobre bases cientifistas pretende imponer ciertas condiciones de enfrentamiento entre los derechos de la Naturaleza y los Derechos Humanos.
Desde nuestra posición, sin embargo, la Naturaleza es, en términos históricos, una construcción social. De ahí que en esta comunicación se desarrolle justamente la necesidad de una Ordenación del Territorio, y en particular una pollítica de protección ambiental, que, sin olvidar las ciencias ambientales, parta de la consideración del mismo como un hecho social. Para ello se utiliza como objeto de análisis el regadío, convertido en los últimos años, por parte de las ideologías ecotecnocráticas, en una de las bestias negras del ambientalismo, tras haber sido considerado, durante siglos, el más bello paradigma del jardín del Edén.

1. EL ESPACIO PROTE­GIDO. ¿NACE O SE HACE?

Podemos definir el espacio protegido como aquél fragmento del territorio que contiene elementos ambientales (bien sea un ecosistema completo, una especie endémica en vías de extinción, una masa forestal autóctona importante...) dignos de ser preservados para las generacio­nes futuras. Pero ello implica una noción estática de la Ecología, y en general de la vida. La superficie del planeta que hoy conocemos es la consecuencia de millones de cambios climáticos, geológicos y ambientales a lo largo de otros tantos millones de años. Y si en base a la definición propuesta se pretende, con la protec­ción, que el estado que algunos ecosiste­mas intere­santes presentan en un momento dado se preserve, estamos tomando en cierto modo una decisión antiecológica, pues la Ecología implica cambio y muta­ción perma­nente. De ahí que, para algunos, el simple protec­cionismo esté en cierta manera tan distante ideológicamente del Ecologismo. Este pretende no tanto practicar la arqueología como asegurar a las genera­ciones futuras que también ellos podrán seguir usando, gozando, y sobre todo haciendo producir, este plane­ta. ­

En realidad, esa capacidad de producción es la esencia de los espacios protegidos, o a proteger. Salvo quizás las selvas amazónicas y otros territorios despo­blados (y aún éstos sólo en parte, pues no conocemos la actividad humana que pudieron soportar hace diez mil años), en el resto de los casos se trata de espacios cuya conformación y estructura ecológica actual responde a las interacciones desarro­lladas con las comunidades humanas que los han habitado y explotado durante cientos o miles de años. Unica­mente unidades muy concretas como los manglares o los atolones corali­nos podrían sustrarse de esta concepción.

Pensemos por ejemplo en el caso de los bosques pirenáicos, que a los visitantes les parecen hoy prodigio de la Madre Natura. Hace ya muchos años, antes de que existiésemos los ecologistas, el profesor Monserrat, del Centro de Investigaciones del CSIC en Jaca, demostró que esos bosques son el producto de los montañeses que los han habitado, y que han procedido a una progresi­va y continuada selección de especies y una ordenación territorial no planeada, ­en función de sus necesidades ganaderas y forestales. El padre avant la lettre de la Ecología Social en España, Mario Gaviria, gustaba de utilizar ese ejemplo en los años '70. Y, esencial­mente, podemos decir hoy lo mismo de la Dehesa y de cualquier otro de los supuestos espacios naturales de la Península.

Naturalmen­te, cuando esos bosques dejan de responder a la función que los ha generado es cuando se transforman en espacios frágiles. Pasan a cumplir una función para la que no han sido diseñados, como puedan ser el ocio y el turismo, y lo más probable es que acaben siendo pasto de las llamas. El nuevo bosque que surja (suponien­do que surja, es decir, que la erosión no acabe con la capa vegetal), cincuenta o cien años más tarde será distinto, y dependerá su conforma­ción del uso y función a que se destine por sus moradores o vecinos.

Lo dicho puede aplicarse también a los miles de kilómetros de sotos y vegeta­ción de ribera destruídos en los últimos años en todos los ríos españoles. Durante siglos han suministrado madera a los pueblos veci­nos, caza menor, han protegido de las inundaciones periódicas. Mientras ello era así, los habitantes de los pueblos vecinos los conservaban, los vigilaban incluso, quedando recuerdo de numerosas ordenanzas municipa­les de protec­ción de estos espacios altamente productivos y funcionales. Mas la regulación aguas arriba de los ríos, la intro­ducción de otras formas de calefacción, y otros cambios en la civilización de su entorno los hizo casi innecesarios a los ojos de sus habitantes. Como además eran espacios insalubres y focos de infección, se apartan de ellos, y se difumina el control social. Llegan quienes se hacen cargo y los reconvierten en choperas. O, como en el caso de los bosques, pasan a ser pasto de turistas y domingueros, que en poco tiempo acaban con ellos.

Por supuesto puede argumentarse que el cambio de función no tiene por qué implicar la destrucción, pues el recreo y el ocio también precisan de espacios 'naturales'. Es posible en teoría, pero empíricamente está demostra­do que el ocio y el turismo no pueden desarro­llarse en espacios auténtica­mente naturales, sino que deben ser previamente adaptados a esta nueva función. Salvo en casos muy concretos y minoritarios, representados por el turismo ecológico, que deja de ser un artificio.

En suma, y es lo que me gustaría destacar en este punto, cada modelo de producción, cada sistema productivo, precisa de una Naturaleza funcionalmente adaptada a sus necesidades. La Naturaleza no es algo externo al Hombre y sus sociedades, sino que es en sí misma un producto social. Y en consecuencia los espacios protegi­dos, o a proteger, no son sino el fruto de las actividades humanas en su interior.

Los espacios que hoy los 'conservacionis­tas' clasifican de interés lo son porque los han conservado sus pobladores, con unos hábitos que, eso es cierto, coincidirían con lo que ahora se conoce como agricultura, ganadería o gestión forestal ecológicas. Pero esos hábitos, en el periodo histórico que fueron diseñados, causaron sin duda un fuerte impacto ambiental, pues de hecho equivalían a lo que ahora llamamos tecnologías punta. Naturalmente, estamos haciendo un análisis materialista de las cuestiones ecológicas. Hacer otro tipo de consideraciones es puro romanticis­mo, apto para las movilizaciones ambientalistas pero inservible para el análisis social.

Partiendo de las consideraciones que he expuesto, personalmente he insistido desde hace dos décadas en que la consideración de espacios protegi­bles no debe por tanto limitarse a lo que los ambientalistas denomi­nan espacios naturales, sino que debe extenderse a todos los espacios que, producidos por la acción humana o por la interac­ción entre el hombre y la Naturale­za, se ofrecen hoy como ecosistemas complejos y a la vez frágiles, dignos de ser conserva­dos no tanto -o no sólo- por sus valores ecológi­cos, sino también y sobre todo por su importante función productiva. Es el caso, en el que siempre he hecho especial hincapié, de las huertas milenarias que ocupan miles de hectáreas de muchos pueblos y ciudades españoles. Y, aún más allá, en realidad habría que considerar a la totalidad del territorio como espacio protegido. En unos casos esta protección puede implicar conservación, en otros transformación y mejora ecológica.

Por otra parte, no hay que olvidar que el hombre necesita de todo el territorio. No sólo de unas áreas útiles para la satisfacción de sus necesidades materiales, sino también de otras, o de todas ellas simultáneamente, para la satisfac­ción de otro tipo de necesidades del espíritu. El problema del capitalis­mo consiste justamente en que conduce a los hombres a considerar tan sólo la función productiva del territorio, y aún ésta se mide sólo en términos de rentabilidad mercantil. De ahí que el puro conservacio­nis­mo conduzca a menudo a callejones sin salida, porque olvida las bases del funcionamiento real de la economía y de la sociedad. En términos estrictos, tan sólo la superación de las contradicciones básicas del capitalismo, empezando con la consideración del beneficio como único motor del desarrollo, puede permitir plantear una auténtica gestión ecológica.

2. ¿PROTECCION U ORDENACION DEL TERRITORIO?

Si se está de acuerdo con lo dicho, se concluirá que en modo alguno la protección puede ser sinónimo de abandono productivo o bloqueo de actividades. Debemos ubicarnos en un utilitarismo bien entendido, pues es un hecho que, en la mayoría de los casos, el abandono productivo de un espacio para facilitar su con­serva­ción conducirá ineludiblemente a su degradación ecológica y a la entropía destructiva. Sólo el mantenimiento de su función productiva (por supuesto que entendida en términos distintos de la simple lógica del beneficio) puede facilitar la auténtica conserva­ción.

Por otro lado, hemos visto cómo la protección en modo alguno puede limitarse a los espacios considerados naturales, sino que debe extenderse a otros muchos territorios que ofrecen valores de la misma o mayor importan­cia, como es el caso citado de las huertas, o de áreas periurbanas que si bien no son de gran riqueza naturalística, cumplen una importantísima función desintoxicante para las ciudades; y, en cierto, modo a la totalidad del territorio.

De lo que se trata, por tanto, es de diseñar una ordenación que, por decirlo de forma sencilla, ponga cada cosa en sitio. Esa es la función que debería cumplir la Ordenación del Territorio en el marco del planea­miento urbanístico. Hasta hoy éste se ha limitado a actuar en los cascos urbanos, sin duda por deformación profesional de los arquitectos, que en cierto modo han secuestrado el tema durante décadas al resto de los profesionales interesados (sociólogos, geógrafos, biólogos, economistas, agrónomos...), a pesar de que en todo momento la legislación (y más especial­mente las mejores elaboraciones teóricas que se han realizado sobre Urbanismo y Ordenación del Territorio) han aconsejado con toda nitidez que la ordena­ción urbanística afecta a la totalidad del término municipal. En los últimos años, el planeamiento urbanísti­co municipal camina en creciente medida en esta dirección, a medida que se ha acentuado su carácter inter­disciplinario, y diversas comunidades autónomas han desarrollado o están empezando a desarrollar directrices de ordenación cada vez más pormenorizadas -a veces demasiado-.

Este tipo de Ordenación Territorial debe fijar aquéllas áreas de interés en las que cualquier tipo de actuación (incluídas la agricultura, la ganadería o la explotación forestal en ciertos casos) deba realizarse bajo estrictas medidas de control. Por supuesto que siempre con un sentido de progreso bien entendido1.

En este sentido, hablaremos para los espacios protegidos, y en general para todos los territorios con valores de cualquier tipo, de actividades eco-compatibles, pero siempre en dos direcciones: compatibles con el ambiente, con el paisaje, y al par compatibles con su función productiva. Porque en ningún momento debe olvidarse que el hombre debe seguir alimentándose, y avanzando para hacer posible la acumulación de capital social que justamente facilita los progra­mas de conservación. Y ello implica ciertas intensidades de uso, máxime en un país como el nuestro, que tendrá unos 50 millones de habitantes en el año 2.000 -por supuesto, si fuésemos 10 millones, como a finales del siglo XVIII, la cuestión sería muy distinta-.

Así, centrándonos en la agricultura, la ganadería o la explotación forestal, en el caso de los espacios protegidos de mayor interés deberían plantearse las actuaciones en términos en cierto modo similares a como se plantean las artesanías. Con sus sistemas de producción tradiciona­les, pero asumiendo que esos sistemas de producción tienen un coste añadido (se carge directamen­te al consumidor, como ocurrirá en países de mercado asilvestra­do, o indirecta­mente vía fiscalidad y presupues­tos públicos en aquéllos países en los que se aplica al mercado un correctivo social y de planificación), y que paralelamente desde otras áreas de la industria se mantiene una producción más masiva y estandarizada de bienes de consumo. Ese es justamente el caso de la agricultura ecológica. En realidad, y aunque parezca una contradic­ción, si esa agricultura es hoy posible es porque existen excedentes2. Y para que pueda extenderse en mayor medida, y puedan además liberarse extensos territorios para una función paisajística o ambiental, es preciso mantener en otras áreas una agricultura de elevadas productividades. Se trata pues de complemetar agricultura dura y agricultura ecológica3.

Es precisa­mente esa comple­mentariedad e interrela­ción dinámica la base de los ecosiste­mas, y esa debería ser también la base de funciona­miento del ecosiste­ma humano por excelencia: la Economía. Desgraciadamente, aunque este planeta pueda y deba regirse por unos criterios más ecológicos de los que impone el capitalismo salvaje, una población de 5.000 millones de habitantes no permite ser alimentada con agricultura ecológica, ni satisfechas sus necesidades de bienes de consumo con la artesanía. Ni estaríamos dispuestos a ello los habitantes de los países más desarrollados, ni mucho menos lo estarían los habitantes de los países menos desarrolla­dos, salvo que les fuese en ello la vida (la suya, no la del planeta).

Todo ello exige, en fin, para las actuaciones en este tipo de espacios protegibles, proyectos muy definidos, no sólo en lo concerniente al previo análisis del impacto ambiental de la actividad, sino en todo lo que sea control y seguimien­to de las interacciones ecológicas derivadas no previstas.

Todo ello nos llevará a permitir o promover, según los casos, actividades muy diversas según el tipo de espacio protegido. Puede tratarse de una explotación forestal controlada, que mejore el bosque y lo protega de los riesgos de incendio (que no sólo afecta a los pinos). Puede ser también la explotación (incluso cultivo) de plantas aromáti­cas y/o medicinales. Puede tratarse en otras ocasiones de sistemas de ganadería extensiva combinada con otras actividades. En otros, en fin, puede darse una recupe­ración de la hortelanía tradicional... En suma, siempre se ha de tratar de mantener las actividades, pues la presencia del agricultor, del ganadero, del leñador o el hortelano, es siempre la mejor defensa frente a las agresiones exteriores al ecosistema a proteger. Y, por supuesto, esa ordenación urbanístico-territorial ha de prever y definir normativamente el resto de actividades compatibles con la actividad primaria: el tipo de edificios admisibles, la tolerancia o no de áreas de ocio (residenciales o no residenciales), las condiciones para la apertura de vías de comunicación (en cuanto a movimientos de tierras, etc), la ubicación de las plantas de transformación industrial, y un largo etcétera de cuestio­nes que unos pocos equipos de urbanismo hemos venido introduciendo en España a lo largo de las dos últimas décadas, para sorpresa y espanto, a menudo, de las propias Administraciones que habían encargado o debían gestionar a posteriori el planeamiento.

Pero personalmente creo que puede y debe irse mucho más lejos. He explica­do mi concepto de los espacios protegidos como fruto de las actividades humanas, y acabamos de citar la posibilidad de liberar de la producción agroindus­trial extensos territorios que a pesar de los elevados inputs energéticos no obtienen altas productividades, como es el caso de cientos de miles de hectáreas de secanos malos en España. Así, creo que la con­fluencia de actividades ecológicas puede facilitar el surgimiento de nuevos espacios de interés ambiental, esto es la transformación de ecosistemas pobres en ecosistemas ricos. En la Comunidad de Madrid tuvimos ocasión hace años de proponer todo un programa de recuperación de los terrenos del Sur del Area Metropoli­ta­na, de ínfima calidad agronómica y totalmente deforestados, mediante la acción sinérgica de distintas actuaciones: recuperación de los resíduos sólidos orgánicos para la creación de capa vegetal, utilización de las aguas residuales para superar los déficits hídricos, repoblaciones forestales de función diversa (masivas en los cerros, lineales de frutales en todos los caminos, cauces públicos y vías de comunicación, islas recreativas), creación de polígonos de huertos familiares de ocio...4 Tan sólo el programa de huertos familiares fue puesto en práctica, de forma muy tímida, a mediados de los años '80. Pero este programa ha mostrado cómo unas doscientas hectáreas de la Vega del Henares, anterior­mente degradas, podían reconvertir­se en un complejo ecosiste­ma, artificial pero perdura­ble. Esta experiencia tiene el valor añadido de ser justamente la primera vez en España en que la agricultura ecológica se impone como obligatoria (aunque los huertos eran de ocio, no profesionales). A menudo hemos propuesto también, en el marco del planeamien­to, a diversos Ayuntamientos de puntos muy distintos del Estado, el abandono del cultivo en parte de las tierras comunales de secano y su transforma­ción en lotes forestales que inicialmente serían de ocio y cesión temporal a particula­res, bajo el compromiso de la plantación y cuidado de un arbolado variado. Hasta hoy no han tenido mucho éxito este tipo de propuestas, pero posiblemente las veamos implantarse a medida que se desarrolle la Nueva Política Agraria de la Unión Europea.

Resumiendo esta primera parte, creo que los llamados espacios protegidos pueden permitir la coexistencia de no pocas actividades agrícolas, ganaderas o forestales, siempre que éstas sean eco-compatibles. Pero, más allá de esta consideración, creo además que la agricultura, la ganadería y la gestión forestal eco-compatibles, complementadas con otras acciones ecológicas, pueden permitir la mejora territorial y la multiplica­ción de los espacios de interés ambiental. Como en tantos otros órdenes de la actividad humana, lo que fundamental­mente hace falta, previamente o más allá del desarrollo de técnicas, o de la recuperación de técnicas olvida­das, es la apertura a la imaginación.

1El progreso no es un movimiento unidireccional sin retorno. Esa concepción es la que conduce a la aniquilación del planeta. Al contrario, el progreso es un proceso contínuo e inacabable de acumulación de ensayos, ideas, intuiciones, fracasos, imaginaciones, descubrimientos, técnicas y formas de organización. Es un proceso acumulativo. Todo lo realizado hasta hoy por el hombre está ahí, y puede echarse mano en un momento dado, para un caso concreto, de técnicas o formas organizativas ya ensayadas como exitosas en otros momentos históricos. Una buena imagen puede dárnosla el ajedrez, donde los jugadores no avanzan simplemente exterminando, hasta la meta. En un momento dado puede ser más conveniente dar un rodeo, y recupe­rar una pieza previamente retirada de la circu­lación por el contrincante, en lugar de avanzar ciegamente con un solo elemento hasta un rey enrocado.

2Sin olvidar la influencia de los nuevos modos de consumo 'natural', no habría lugar para la agricultura ecológica, si fuese deficitaria la producción de alimentos. En tal caso habría que seguir aplicando las técnicas de maximización productiva. La aparición de la agricul­tura ecológica permite reducir los excedentes traspasando de algún modo los costes al consumidor.

3Personalmente prefiero este término, más tradicional y sufientemente explicativo. No creo necesario utilizar términos nuevos, como el de agricultura eco-compatible, que pueden inducir a confusión.

4Estas propuestas están recogidas en el informe El espacio ignorado. Posibilidades de la agricultura en el Area Metropolita­na de Madrid, Comunidad de Madrid, 1986 (edición en offset), que recoge una síntesis del estudio realizado por A.Baigorri y M.Gaviria, con la colaboración de G.Ballesteros, E.Domingo, F.Gonzalez, B.Berlín y A.Sánchez."


(sigue... más abajo acceso al texto completo)


Referencia:

Baigorri, A. (1999), "De la naturaleza social de la Naturaleza", en M. Pardo, coord., Sociología y Medio Ambiente. Estado de la Cuestión. Fundación de los Ríos, Madrid, pp. 103-114